martes, 19 de marzo de 2013

¿Qué es la buena literatura?


Este es el cuestionamiento esencial, el que más polémica y discusiones provoca. Argumentos hay muchos, desde diversas escuelas artísticas, ideologías políticas o escenarios históricos, pero el juez irrefutable es uno solo: el tiempo. Renace a diario el consejo de los mayores, aquellos que nos inculcaron la devoción por la lectura: “Lee únicamente lo que ya está consagrado”.
Por supuesto que esta máxima tiene sus limitaciones, entre ellas el perder de vista las ‘nuevas tendencias literarias’ y el nunca leer a escritores (de cualquier edad), quienes no constan entre los literatos de renombre mundial por un sinfín de motivos, cada uno de ellos valedero, y que pueden brindarnos, también, intensos y deslumbrantes momentos.(Claro que existen los otros aprendices de escritores, que por publicar un libro piensan que su nombre ya debe codearse junto a los de Chejov, Poe, Stevenson, Daudet, Conan Doyle, Chesterton, Proust, Kafka, Joyce, Nabokov, Hamsun, Mann, Faulkner, Miller, Borges, Onetti, Rulfo, Pessoa, Hernández, Dávila Andrade… la lista es extensa y fabulosa…).
Sin embargo, leer lo ya consagrado nos asegura que el tiempo empleado en esta actividad no se habrá perdido, leyendo cualquier lamentable error publicado en forma de libro; nos asegura el poder deleitarnos, como lo hicieron varias generaciones anteriores, con el placer inigualable de leer legítimas obras de arte impresas, que han pasado la prueba de los años y siguen deslumbrando por su calidad y originalidad.
Ahora bien, muchos podrán objetar que la ‘buena literatura’ depende de gustos muy particulares, de afinidades sentimentales o políticas. Por supuesto, tal posición tiene incidencia al momento de catalogar a una obra. No obstante, nuestro interés o afición individual no es determinante al respecto. Decía Oscar Wilde: “no hay libros bonitos ni feos, están bien o mal escritos, eso es todo”…
Por ejemplo, existen muchas personas que catalogan como ‘buena y única literatura valedera’ a los libros escritos por autores de una determinada tendencia ideológica y política, lo cual sí constituye un límite determinante para el lector. En este sentido, no todo es bueno ni todo es malo: el mensaje de la novela, el cuento o la poesía (toda obra artística lo tiene, aunque algunos defiendan el arte por el arte, ‘la pureza dentro de un universo impuro’) para que produzca el efecto deseado desde el punto de vista literario, debe estar acompañado de una rigorosa exigencia estética, de lo contrario solo será un panfleto ridículo, un desperdicio de tinta y papel…
Esto no quiere decir que seamos indiferentes al mensaje de la obra literaria (no hay que leer con ojos ingenuos), sino que sepamos analizarlo dentro del contexto de cuándo fue escrito y su vigencia en la actualidad; significa que sepamos valorarla en cuanto al grado de exigencia intelectual y artística, y del estallido de sensaciones, emociones y percepciones que el libro, en la alquimia casi perfecta entre discurso y arte, provocó en cada uno de nosotros.

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